Creció la mancha y se extendió a lo largo y ancho de la tela celeste cielo.
En el aire se suspendió el aroma.
Rápidas y desesperadas las manos trataron de contenerla. Un segundo más tarde, los dedos manchados.
En el aire se suspendió el aroma.
Sofocante calor e inusual, el vulgo friccionaba los cuerpos, mientras el atardecer caía desmedido en el epílogo de invierno, donde los chocolates que llevo todos los días, no soportan el encierro en mis bolsillos, y a cada minuto, sin darme cuenta, una mancha se extiende suntuosa y atrevida en mi camisa celeste cielo. Yo, muy sonrojado, atrevido también, me animo a ofrecértelo, mientras tú sonríes hermosa como siempre, aceptando el chocolate derretido.
martes, 4 de septiembre de 2007
El sabor de todos los días
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