Recorrió su geografía.
Caminó a dos pasos la aureola y bajó deslizándose lentamente. La estaba dibujando a trazo matemático.
Luego arrastró sus piernas y volvió a subir. Llegó a su cumbre, allí, el piso era perfecto y blando. Entonces decidió acostarse y llenar sus manos con esa perfección. Rodeó la aureola y se durmió, pero entre sueños escuchaba que alguien le cantaba al oído una canción de cuna.
En ese momento, durmiendo en los brazos de ella, volvió a sentirse un niño.
martes, 18 de septiembre de 2007
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1 comentario:
siempre necesitamos regresar a los regazos de ellas, para que aún siendo nosotros señores, nos hagan sentirnos como unos niños indefensos. Lindo relato carlitos, saludos desde tu tierra
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